Una mujer sin rostro

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 Es muy probable que en todos los municipios pueda usted encontrar una leyenda de horror. Media Luna no es la excepción. Desde jinetes sin cabezas, brujas y vampiros, que han adornado las más escalofriantes historias narradas por los “viejos” del pueblo, hasta historias que se cuentan en los velorios, en las visitas nocturnas, en los parques o en las esquinas. En ocasiones, para amedrentar a los menores y utilizar las historias con el fin de amenazarlos, una especie de chantaje psicológico, horrorizante; en otras oportunidades porque el que las cuenta adquiere cierta importancia ante los ojos del auditorio y eso le eleva la autoestima. El hecho es que se han inventado las cuatro historias de horror y estas corren en boca de todos, se enriquecen con el tiempo y culminan convirtiéndose en verdaderas leyendas. En el municipio de Media Luna existe una carretera que une el casco urbano con la zona del Plan Turquino, es decir, con la parte montañosa de Media Luna. Esta carretera pasa por diversos barrios. A la salida del barrio de Vicana Abajo hay un viejo cementerio. Pues bien, en el tramo que separa el cementerio de Vicana del barrio de Revacadero, se produce un hecho que suscita el espanto de los que por allí transitan en horas de la noche. Es un tramo que abarca algunos kilómetros, no es un tramo corto. Cuentan que los ciclistas que por allí pasan o los jinetes que transitan a caballo, de pronto se percatan que en la parte trasera está montada una mujer. No recuerdan haberla montado en ningún momento, sencillamente aparece sentada detrás de ellos, siempre vestida de blanco y con el pelo muy largo, cubriéndole el rostro. Allí se mantiene durante cierto tiempo, el suficiente para que al jinete o al ciclista se le ponga la carne de gallina, se le ericen los pelos del cuello y se le acalambre hasta el alma. A veces recorre montada cientos de metros, en ocasiones más. De pronto, desaparece. Se cuenta que un inspector del Ministerio de Educación solía visitar a sus padres en la zona. En una ocasión se percató de que sobre la parte trasera de su bicicleta estaba montada la misteriosa mujer. Congelado, siguió dándole a los pedales hasta llegar a la casa de sus padres. Al llegar, se atrevió a decir: «Hasta aquí llego yo», entonces la mujer respondió con una voz que parecía salida del fondo de una cueva: «Ahora tienes que llevarme adónde me recogiste». El pobre hombre viró 180 grados muy disciplinadamente,  —¿qué habría hecho usted?—  y cuando llegó al lugar se percató de que ya ella no estaba, había desaparecido. Otro señor, un campesino, relata que se le montó sobre las ancas de su caballo, al llegar a la casa de un amigo, se bajó corriendo a pedir ayuda. El amigo salió de la casa alarmado ante los gritos del campesino que le decía: «¡Mira la mujer allí!...», pero el único que la veía era él, los demás no percibían su imagen. Los choferes de ómnibus, cuando pasan vacíos por el lugar, cierran las ventanillas y pisan hasta el fondo el acelerador. Es muy poco probable que si una mujer (de carne y hueso) pide una “botella” a esas horas, por aquellos parajes, no sea escuchada y mucho menos montada. ¿Todo esto es verdad?, las personas que refieren haberla visto son personas serias y respetables. ¿Es un estado de auto-hipnosis provocado por el miedo?, tal vez. Pero, ¿por qué usted, amigo mío, no lo comprueba?...